Todo comenzó cuando vivía en la casa de mis padres siendo niña.
Mis padres eran muy humildes y jamás llegaron a terminar la casa que comenzaron a construir en el año 1975, con los ahorros que trajeron en sus bolsillos tras pasar varios años en Alemania.
Recuerdo pasar un frío tremendo en invierno ya que sólo teníamos dos radiadores que movíamos por toda la casa para calentarla antes de irnos a la cama.
Yo soñaba con que, algún día, la reformaría por completo y terminaría tanto la planta baja como aquel fallado que nos guarecía de las inclemencias del tiempo con unas simples uralitas. En aquel bajo cubierta sin luz natural hacía tanto frío en invierno que parecía que estuvieramos en el polo norte y en verano hacía tanto calor que la ropa recién salida de la lavadora se secaba en menos de una hora.
Cuando tenía 16 años, en la clase de diseño, dibujé unos planos de mi casa ideal, esa casa en la que soñaba vivir. Diseñé cómo quería que estuviesen distribuidas las habitaciones, cómo serían los baños, con una gran bañera redonda en uno de ellos, cómo sería el porche que daba al jardín e incluso pensé en el tipo de árboles y plantas que adornarían mi hogar.
Pasó el tiempo. Crecí, mi padre falleció y yo me fuí de aquella casa e hice mi vida en la ciudad.
Pero mi inconsciente no se olvidó jamás de aquel sueño que yo tenía.
Guardé con sumo cariño aquellos planos en mi habitación y me hice asidua a las revistas de El Mueble, de las que recortaba cada mes detalles que me gustaban para mi futura casa y guardaba en una carpetilla de cartulina que revisaba de vez en cuando.
Cuando me convertí en madre la idea de volver a vivir en el campo comenzó a rondarme la cabeza de nuevo. Quería que mis hijos disfrutaran del campo tanto como yo había disfrutado en mi niñez, rodeada de Naturaleza y de animales.
Pero había un problema: la casa de mis sueños estaba alquilada.
Así que comencé a ver casas que encajaban «más o menos» con lo que yo deseaba. En la misma zona, con el tamaño que yo quería, la distribución de las habitaciones que yo deseaba… Pero jamás dejé de imaginar en mi mente cómo la reformaría si algún día tenía la oportunidad de volver a vivir en ella.
Y un día, cuando menos lo esperaba, ocurrió un milagro.
Mi madre me ofreció que yo me quedara con la casa de mis sueños, ya que las experiencias que había tenido con los últimos inquilinos no habían sido nada agradables y pensó que yo cuidaría mucho mejor de su casa. Y la casa regresó a mi.
En menos de un año la había reformado con todos los detalles que había puesto tanto en los planos que había diseñado en aquella clase de mi adolescencia, como en otros tantos que guardaba en aquella carpetita de recortes.
Hoy se que aquel fué mi primer Tablero de Visión y que mi confianza, mi absoluta claridad respecto a cómo deseaba que fuese mi hogar (con detalles como la raza concreta de patos que deseaba tener en mi jardín) y el hecho de que yo pasara a la acción llegado el momento, comenzando a buscar esa casa, fueron los pasos claves para lograr vivir en la casa de mis sueños.
300 metros cuadrados con 8 habitaciones, 3 baños inmensos, con una bañera redonda tal y como había en mis planos, un jardín con los árboles que imaginé y hasta la raza exacta de los animales que conviven con nosotros.
¿Increíble?
No tanto, si realmente sabes cómo hacerlo.
Y yo quiero transmitirte todos mis conocimientos para que tú también sepas cómo aplicarlos a tu vida y que logres hacer realidad todos tus deseos.
Porque los Tableros de Visión son herramientas sumamente poderosas que emplean el poder de la mente subconsciente y 3 de sus características para manifestar nuestros deseos: